La Tía Tula
Hace
tiempo que me di cuenta que no llegaría a ser igual de importante que Augusto,
él representa, para los críticos, lo
mejor de la genialidad de nuestro padre, Niebla
siempre será la gloria entre sus obras mientras que yo pasaré vagamente por la
memoria de algunos, mientras que por otros seré desconocida u olvidada, pero
para mi familia, esa familia que yo forme seré importante y fielmente
apreciada, por lo menos eso espero.
Desde
que éramos pequeñas, mi hermana Rosa y yo quedamos huérfanas y fuimos a vivir
con nuestro tío Primitivo, él al ser sacerdote confió en nosotras y nos educó
solo con su ejemplo, que a decir verdad fue la mejor forma que tuvimos de ser
educadas; éramos bastante unidas, pero al mismo tiempo muy distintas, ella fue
la más bonita y a mí continuamente se me consideró la más sería, la que
meditaba todo. Ahora pienso si ese no fue mi mayor error, dejarme llevar por la
razón y hacer a un lado los sentimientos. No, no fue así, claro que me deje
llevar por ellos una vez, mi orgullo lastimado ardió dentro de mí como un gran
incendio que derriba edificios enteros, sin embargo lo oculté y afronté, con
serenidad lo que venía.
Ramiro
fue el primer y único amor de mi hermana, como era lógico, él le correspondió,
era guapo y con un porvenir brillante, pero con el paso del tiempo no se
decidía a casarse, fui yo la que lo animó a tomar la decisión, él rehuyó
primero el tema, me dijo que eran jóvenes, que la quería conocer más, incluso
llegó a insinuar que me tenía que confesar algo, pero no lo dejé, argumenté y
logré que pidiera de una buena vez la mano de mi hermana sentenciando su futuro
y el mío.
Al
principio quise dejarlos solos, no meterme en su hogar, pero Rosa me insistía
tanto en que frecuentara su casa que por caridad empecé a ir, no mucho, pero sí
lo necesario para que mi hermana se mantuviera tranquila. A los pocos meces
quedó embarazada, yo me sentí feliz, sería tía, esa idea brillo dentro de mí y
esperé con ansia el nacimiento de ese nuevo ser. El parto fue complicado, la
vida de mi hermana estuvo a punto de esfumarse, en cuanto salió el niño lo cogí
entre mis brazos, lo lavé y envolví en pañales, después se lo presente a
Ramiro, él me miraba profundamente sin
decir nada, sus ojos iban del recién nacido a mí y empezó a sonreír, tiempo
después supe que en ese momento se preguntaba cuál de las dos era la madre de
esa criatura.
Mi
hermana llegó a tener tres hijos, Ramiro el mayor, Rosa y Elvira; tras cada
parto quedaba sumamente débil y era yo quien me encargaba de la crianza de los
pequeños, cuando se recuperaba yo la mandaba a que se encargará de su marido,
que a ese no podía yo atenderlo, pero del último parto no se recuperó y murió a
los pocos días no sin antes encargarme a sus hijos y a su esposo: “si ha de
casarse”, me dijo, “que sea contigo, que sabrás ser su compañera y una buena
madre para mis hijos”. Eso no se lo puede cumplir, cómo iba yo a ocupar su
lugar en esa cama que se llenó de noches de amor, de vida, de muerte; cómo iba a
tocar la piel de Ramiro después de haber sido tocada por mi propia hermana, no,
no y no, si los papeles estuvieran invertidos yo no aceptaría que mi marido se
fuera con otra y menos se lo entregaría, no, no y no, él hubiera sido sólo mío.
Rosa
de cierta manera nunca murió, ella siguió viviendo en sus hijos, en mí; a poco
tiempo de su partida me instalé definitivamente en su casa y me encargue de la
educación de mis hijos, sí, mis hijos, porque fueron más que simples sobrinos,
esos pequeños tuvieron siempre un parte de mí y yo los quise como si los
hubieran extraído de mis entrañas, desde que nació Ramirín encontré el
verdadero sentido de mi vida y rechacé toda oferta que se me hizo de formar una
familia propia, esa ya la tenía yo.
Todo
hubiera sido más fácil si tras la muerte de mi hermana, Ramiro no hubiera hecho
sus confesiones, él aseguraba que yo lo había casado con Rosa, que si bien la
había llegado a querer profundamente ya no tenía por qué ocultar sus más
profundos sentimientos, que si de lejos a la única a la que se veía era a mi
hermana, de cerca a la única que veía era a mí; logré que me diera un año para
pensarlo, pero realmente entre más pasaba el tiempo más confundida me
encontraba, yo no quería darle una madrastra a los niños y menos arriesgarme a
que el cariño que sentía por ellos se mermara con la llegada de un fruto de mi
vientre, pero lo amaba, siempre lo había amado, y sin embargo una parte de mi,
la parte egoísta y mala , no le perdonaba el que hubiera elegido en un
principio a Rosa.
Los
hombres son de carne y muy brutos, y eso lo pude comprobar al cabo de ocho
meses de haberle pedido un tiempo a Ramiro, fue fácil saber lo que escondía,
porque entre más se quiere ocultar una cosa más indiscreto se es. Manuela era
enfermiza y de espíritu solícito, parecía que había nacido para servir y
obedecer, lo cual resultaba útil en su papel de sirvienta de la casa, pero que
esas cualidades me fueran benéficas a mí en el manejo del hogar no le daba
derecho a Ramiro de aprovecharlas. A punto de llorar estaba el día que hable
con él sobre la alternativa de correrla o casarse con ella, no quería hacer ni
una ni otra cosa, así que decidí yo por él pensando en lo mejor para todos: se
casarían lo más pronto posible, así se repararía la falta que había cometido
con ella; si bien lo sospechaba fue un duro golpe confirmar que la huérfana
estaba ya embarazada, pero no podía permitir que su hijo, el hijo de Ramiro, se
criara en un hospicio igual que lo había hecho su madre. La condición de
Manuela era más delicada que la de mi hermana y quedó en peores condiciones
tras el nacimiento de Enrique, así que fui nuevamente madre, intenté por ello
que los niños lo vieran como su hermano, como su igual, eran tan pequeños que
esa tarea no resultó difícil.
Tiempo
después Manuela tuvo otra niña y fue ésta la causa de su muerte, la frágil
madre llegó a guardar las fuerzas suficientes para dar a luz, pero a los pocos
minutos dejó este mundo; fue entonces Manuelita mi más querida niña, ella era
el fruto de mi pecado, yo que había obligado a su madre a casarse con Ramiro y
con ese acto la había condenado, acogí a la niña con más fuerza que a los otros
y en ocasiones se llegó a ver mi favoritismo por más que quise ocultarlo, pero ella
era, por otra parte, lo último que Ramiro me había dejado en este mundo.
El
único hombre al que siempre amé, y al que no llegué a perdonar del todo, murió
primero que Manuela, le faltaron unos cuantos días para que yo le presentara a
su nueva hija. Cayó en cama a causa de una pulmonía que le fue debilitando el
corazón; ya en su lecho de muerte me
confesó sus más hondos sentimientos, el profundo amor que había sentido por mí,
así como sus reproches por haberlo obligado a casarse en dos ocasiones, por mi
parte le confesé mi amor e incluso acepté que siempre había temido a la
brutalidad de los hombres y por eso había huido de ellos. “Adiós mi Tula”, fue
lo último que pronunció mi Ramiro, el padre de mis hijos, puse mis labios sobre
sus labios fríos y repase nuestra vida hasta que los sollozos de mi hijo más
pequeño me apartaron de ahí.
El
resto de mi vida lo seguí dedicando a educar a mis cinco hijos, busqué y
aconsejé a Ramirín para que eligiera esposa, Caridad fue una dulce bendición
para nuestro hogar, con ella gané una nueva hija y aunque esperé con ansia la
llegada de mis nietos no llegué a verlos nacer, sólo vi como crecía el primero
dentro de su ser. En vida fui mamá Tula, pero ahora que estoy muerta he
resurgido en ellos como la tía Tula, los veo crecer, tener pleitos y
discrepancias, pero también veo que mi recuerdo y la presencia de Manuelita los
calman y los siguen teniendo unidos, cuando los veo así, no importa que
millones de lectores me olviden, yo sigo viviendo en mis hijos.
A. C. Ramírez
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