miércoles, 4 de abril de 2012


Lo que el tiempo se llevó



Ya hay un español que quiere

vivir y a vivir empieza,

entre una España que muere

y otra España que bosteza.”

Antonio Machado



Una mujer de edad avanzada, con anteojos, poco pelo de color blanco, un rosario oxidado enredado en la mano y una pequeña Biblia casi descosida en la otra mano. Su nombre es  Isabel Juanita María Francisca de la Rivera de González y Quevedo viuda de Aragón. Doña Panchita, para los amigos.



Doña Panchita - ¡Pero qué sucia está la casa! Avemaría purísima. Esta gente de hoy en día no sabe nada del mantenimiento de una casa como Dios manda. ¡Todo lo tengo que hacer yo para que esté bien hecho!



Entra a escena una jovencita de quince años, vivaracha, vestida totalmente a la moda, con ojos brillantes y todo el resplandor de la vida en su piel. Su nombre es Jeanette.



Jeanette – Ya escuché que te estás quejando. Tú descansa y déjame a mí hacer lo que falta.



Doña Panchita – Hábleme con respeto porque usted y yo no somos iguales, antes que nada. Y, con respecto a mi descanso, sólo tengo un rotundo no. No quiero descansar porque hay muchas cosas para hacer.



Jeanette – Pero te estoy diciendo que yo las puedo hacer. A ti nada más te gusta estar trajinando. Anda, ve a descansar y a ver la tele.



Doña Panchita – Le acabó de decir a usted que me hable con respeto. Ese es el problema de hoy en día. El respeto se ha perdido.



Jeanette – ¿El respeto?



Doña Panchita – Sí, el respeto. Qué esperanzas que en mis tiempos les habláramos iguales a los mayores. Tremendo cachetadón que nos llevábamos si nos poníamos al tú por tú con los grandes. Si yo nada más no te hago nada porque soy vieja y mi poca fuerza la prefiero ocupar para hacer los quehaceres de la casa. Pero si no…



Jeanette – Ay abuelita, en sus tiempos todo era muy diferente. Mejor entre a los nuevos tiempos con una sonrisa en la cara.



Doña Panchita - ¿¡Cuáles nuevos tiempos ni que ocho cuartos!? Antes todo era mejor. Con más orden, con más educación. Las señoritas nos sentábamos en los parques a esperar a los caballeros y a esperar una invitación a dar una vuelta. ¡Pero ahora! Para resumir, ya ni señoritas ni caballeros hay.



Jeanette – Pues sí, pero en sus tiempos los hombres eran dueños de las mujeres. De su vida, de su tiempo, de todo. Ahora han llegado los nuevos tiempos y todo es más igual entre hombres y mujeres. También hay igualdad entre los jóvenes y los ancianos…  (Jeanette voltea a ver a su abuela mientras barre, con hastío, el piso de la casa).



Doña Panchita - ¿Igualdad? Son puras loqueras de las mujeres feas que no encontraron marido y de los infieles que no veneran a Dios nuestro señor. Esas ideas mejor sácatelas de la cabeza porque no te van a llevar a ningún lado.



Jeanette – No somos iguales así que hábleme de usted por favor. Aunque se tarde más y ya le dije que no me ayude, que yo sola puedo con el quehacer.



Doña Panchita – Por favor, si te dejara a ti la administración de la casa no duraría ni dos minutos en pie. Si aquí una tiene que hacerlo todo para que esté bien hecho…



Jeanette – Tal vez si un día me diera la oportunidad, le demostraría lo contrario.



Doña Panchita – No, nada de eso. Si a mí de cuidar esta casa nomás me lo impiden cuando esté en el panteón. (Y Doña Panchita quita la escoba a Jeanette y fulmina a ésta con la mirada.)


José de la Rivera de González DuChamp

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