domingo, 18 de marzo de 2012


Poema nivolesco

Ella, siempre ella, que humedeció mi cama
con el destilado de sus glándulas.
El néctar dérmico se volatilizó
tras la combustión de nuestros cuerpos.
Nos vimos envueltos en  partículas acuosas
de poca cohesión suspendidas sobre el lecho:
Niebla.

Permaneció la húmeda cortina a pesar
de la partida de su creadora.
Menguaron los latidos, arreciaron las tormentas,
el corazón se volvió ciego y la locura lazarillo.
Recordé  las palabras del buen Domingo:
“…nadie es el que es, sino el que  le hacen los demás.”

Qué era yo entonces, lo que ella me había hecho:
esperpento miserable de contornos difuminados.
Se bufaba indolente la vida de mi tragedia.
Y yo, ahogaba en agua sódica
la remembranza de mis alegrías
y en agua dionisiaca mis anhelos, las nostalgias.

Mas el silencio en el que mi alma aletargada yacía,
enmudeció por el estruendo, el estrepitoso rugir del tórax
que vibraba nuevamente.
Refulgió una mirada venusina abrasando
las moléculas de hidrógeno y oxígeno.
¿Era acaso esperanza o redención
la aparente felicidad?

Era ella nuevamente con una carcajada
afilada, disfrazada de sonrisa de papel,
 para mofarse de mi sordidez, de mis fracasos.
Rugidos taciturnos y el corazón invidente,
otra vez.

Jhonatan Bretón





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