"El hombre, soñador y
soñado por Dios, objeto del sueño de Dios. Entonces, ¿en qué consiste creer en
Dios?Creer en Dios es anhelar que lo
haya y es, además, conducirse como si lo hubiera."
Del Sentimiento
Trágico de la Vida.
Unamuno gritando, despierta. Unamuno
sumergido en un sueño que cree que es el mismo sueño de Dios. Así piensa él que
existe, inmerso en la Conciencia Superior que se obliga a creer, para
permanecer en el sueño de Él. Parece insincero, parece que tanta negación es
porque se consume al tener la verdad para sí. Verdad antes que paz, dice,
verdad antes que sostener una mentira, una mentira de Dios que lo vuelva
inexistente y al despertar, desvanezca el sueño en el que está contenido, por
eso Dios debe seguir durmiendo, escuchando oraciones y cánticos que inyecten una especie de
melatonina y lo arrullen por siempre. Pero Unamuno no eleva cantos en ninguna
liturgia o si lo hace es a escondidas, como si no quisiera reconocer que una
loa sale de sus labios para algo que no comprende ni siente.
Y es en los sentidos,
donde prosigue la lucha, como es que se crea un mundo tangible, perceptual, que
lo ayuda a conocer, pero no le convence porque también siente el pensamiento y,
afirma contra la Duda una misma tesis partida en dos:
‘Siento, luego soy’ o ‘Quiero, luego soy’
El pensamiento como
un lenguaje interior, un lenguaje que brota al exterior y entonces se vuelve
real, ¿antes no lo era?, ¿existía o no? Se volvió real el lenguaje y así,
entonces, ¿pueden ser reales más cosas que sólo pensamos? ¿Acaso la existencia
propia? ¿Dios tal vez? Casi sueño que me responde que como el lenguaje, Dios es
un producto social y existe.
No cesa de mencionar
a Dios y lo vuelve incomprensible, lo muestra, lo oculta, pierde la fe y se
vuelve tan individual y colectivo a la vez. Tan contradictorio para él, que
cuando llega a mí, revuelve mis ideas, me toma del cuello y sumerge mi cabeza
en ese sueño que se vuelve una guerra interminable entre la existencia, una
existencia, mi existencia. Una guerra para recobrar su fe, que no se le escape
como un sueño que no recuerde.
Don Miguel se siente
tan humano, ve su carne y todo le parece más irracional, no acepta su destino
mortal. No cree que su existir sólo se vea reducido a esto y le pide a Dios que
no se burle de él y le devuelva la voluntad para tener fe e inmortalidad. Ni
siquiera niega a Dios, no mata a Dios hablando de su inexistencia, es la
existencia la que tiene un límite ilimitado, nada está fuera del Ser y dentro
de Él… no hay un final. Reflexiones como bolas de hilo enmarañadas que no
desenredan a la inmortalidad, obsesivas en un ansia que instiga a dejar de
creer y volver a hacerlo. Y retorna a lo
nebuloso de la vida, la podría alcanzar con sólo estirar el brazo si fuera más
densa la niebla, así podría saber si es real o ficticia, desvanecerla de un
manotazo.
También él tiene su
tragicomedia, quiere burlarse de sí mismo envolviéndose para su interior, a ver
si se conoce un poco, si alcanza a ver algo dentro que no había reconocido, la libertad
tal vez. Piensa en la inutilidad de seguir pensando en la vida y la existencia,
pareciera que se debate dentro de sí por sólo tener una postura, una sola, la
que fuere, Dios no acepta corazones tibios, y ese corazón no se mueve de la vía
del tren, permanece estático, esperando a ser arrollado. La razón lo aleja de
Él, tan sólo quisiera sentir y amar sin remilgos.
Cansado, comienzas
sus noches de inapetencia espiritual, no tiene hambre de sí y se empieza a
despertar, soñándose a él mismo, un espíritu que contradictoriamente doliente,
concibe al hombre.
t.
m.
d.
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