miércoles, 28 de marzo de 2012

Sin sueño, sin Dios.




"El hombre, soñador y soñado por Dios, objeto del sueño de Dios. Entonces, ¿en qué consiste creer en Dios?Creer en Dios es anhelar que lo haya y es, además, conducirse como si lo hubiera."
Del Sentimiento Trágico de la Vida.

Unamuno gritando, despierta. Unamuno sumergido en un sueño que cree que es el mismo sueño de Dios. Así piensa él que existe, inmerso en la Conciencia Superior que se obliga a creer, para permanecer en el sueño de Él. Parece insincero, parece que tanta negación es porque se consume al tener la verdad para sí. Verdad antes que paz, dice, verdad antes que sostener una mentira, una mentira de Dios que lo vuelva inexistente y al despertar, desvanezca el sueño en el que está contenido, por eso Dios debe seguir durmiendo, escuchando oraciones  y cánticos que inyecten una especie de melatonina y lo arrullen por siempre. Pero Unamuno no eleva cantos en ninguna liturgia o si lo hace es a escondidas, como si no quisiera reconocer que una loa sale de sus labios para algo que no comprende ni siente.

Y es en los sentidos, donde prosigue la lucha, como es que se crea un mundo tangible, perceptual, que lo ayuda a conocer, pero no le convence porque también siente el pensamiento y, afirma contra la Duda una misma tesis partida en dos:

Siento, luego soy’ o ‘Quiero, luego soy’

El pensamiento como un lenguaje interior, un lenguaje que brota al exterior y entonces se vuelve real, ¿antes no lo era?, ¿existía o no? Se volvió real el lenguaje y así, entonces, ¿pueden ser reales más cosas que sólo pensamos? ¿Acaso la existencia propia? ¿Dios tal vez? Casi sueño que me responde que como el lenguaje, Dios es un producto social y existe.

No cesa de mencionar a Dios y lo vuelve incomprensible, lo muestra, lo oculta, pierde la fe y se vuelve tan individual y colectivo a la vez. Tan contradictorio para él, que cuando llega a mí, revuelve mis ideas, me toma del cuello y sumerge mi cabeza en ese sueño que se vuelve una guerra interminable entre la existencia, una existencia, mi existencia. Una guerra para recobrar su fe, que no se le escape como un sueño que no recuerde.

Don Miguel se siente tan humano, ve su carne y todo le parece más irracional, no acepta su destino mortal. No cree que su existir sólo se vea reducido a esto y le pide a Dios que no se burle de él y le devuelva la voluntad para tener fe e inmortalidad. Ni siquiera niega a Dios, no mata a Dios hablando de su inexistencia, es la existencia la que tiene un límite ilimitado, nada está fuera del Ser y dentro de Él… no hay un final. Reflexiones como bolas de hilo enmarañadas que no desenredan a la inmortalidad, obsesivas en un ansia que instiga a dejar de creer y volver  a hacerlo. Y retorna a lo nebuloso de la vida, la podría alcanzar con sólo estirar el brazo si fuera más densa la niebla, así podría saber si es real o ficticia, desvanecerla de un manotazo.

También él tiene su tragicomedia, quiere burlarse de sí mismo envolviéndose para su interior, a ver si se conoce un poco, si alcanza a ver algo dentro que no había reconocido, la libertad tal vez. Piensa en la inutilidad de seguir pensando en la vida y la existencia, pareciera que se debate dentro de sí por sólo tener una postura, una sola, la que fuere, Dios no acepta corazones tibios, y ese corazón no se mueve de la vía del tren, permanece estático, esperando a ser arrollado. La razón lo aleja de Él, tan sólo quisiera sentir y amar sin remilgos.

Cansado, comienzas sus noches de inapetencia espiritual, no tiene hambre de sí y se empieza a despertar, soñándose a él mismo, un espíritu que contradictoriamente doliente, concibe al hombre.

t.
   m.
        d.

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