viernes, 27 de abril de 2012


"Un Orfeo distinto"

No es de mi gusto ver  mascotas en las películas, sabiendo que se pretende que formen parte del elenco principal, o peor, aún, que sean los protagonistas, y que se justifiquen dichas apariciones atribuyéndoles las cualidades de superhéroes, estrellas del deporte, la música ,etc. Es un recurso gastadísimo, reproducción y repetición de lo que se ha hecho en numerosas ocasiones. Sin embargo, mi opinión cambia radicalmente cuando me doy cuenta, en un fin de semana de entretenimiento, de que no todas las películas que incluyen  mascotas son decepcionantes. Me refiero a la recientemente estrenada filmación El artista, la cual incluye en su elenco a un perrito que será el compañero del protagonista durante toda la historia. Para empezar, desde que vi aparecer al animalito, no me desagradó, al contrario, me pareció de lo más adorable (el pequeño tiene muchas cualidades); luego, reflexionando y sacando de mis recuerdos al personaje (también perro) de Orfeo en la novela Niebla, de Miguel de Unamuno, descubrí en la comparación de sus papeles, un punto de partida muy interesante para ver la película -y en especial al personaje- desde la perspectiva unamuniana.

En el caso de la mascota de Augusto, desde que éste lo encuentra no puede ya separarse de él; desde el inicio Orfeo toma el papel de confidente, es el único personaje con quien Augusto se expresa del modo más sincero, sin ocultar nada de lo que piensa; Orfeo sabe todo de su amo. En El artista, también la mascota es quien sabe absolutamente todo de George, su dueño, pero aquí ni siquiera es necesario que se lo confiese, ya que el animalito lo presencia. Ambas mascotas tienen dueños cuyos conflictos vivenciales les llevan al extremo de contemplar a la muerte como única salida a sus problemas. Para los dos animales, el único mundo posible está en sus amos.

Pero Orfeo, en la "Oración fúnebre por modo de epílogo" que contiene Niebla, critica una conducta que tiene el otro personaje, contemporáneo nuestro: la del cinismo. Para ello, es necesario citar las palabras de Orfeo: "¡Perros sabios llaman a unos perros a los que les enseñan a representar farsas [...] les adiestran a andar indecorosamente sobre las patas traseras, en pie! ¡Perros sabios! ¡A eso le llaman los hombres sabiduría, a representar farsas y a andar sobre dos pies!" Severa crítica la que pone Unamuno en palabras de un perro. Pero yo no llamaría precisamente cínico al perro de George Valentin, o si posee tal característica, en la película funciona para que pueda el perro influir en la vida de su dueño, de hecho, salvársela, mientras que Orfeo no puede evitar la muerte de Augusto. Y parece que es esta intervención en la vida humana la que le molesta a Orfeo, aunque de tal omisión por su parte haya dependido la vida de su amo.

En El artista, la mascota no tiene un nombre, pero goza (¿o padece?) el privilegio de estar más en contacto con los humanos y acompañar a su dueño a todas partes, vive en la vida del hombre. Sin embargo, no deja ser un acompañante. Orfeo no es un acompañante, es el destino de las confidencias más íntimas; su aparente aislamiento del amo no le impide  tener conciencia; sin embargo respeta la individualidad de Augusto. Nos hace caer en su engaño, ¡él es el cínico!, logra la atención de quien está a cargo del epílogo, y ahora me tiene analizando su conducta y comparándole con otro de su especie muy ingenuo comparado con él, pero que en opinión del primero, es representante del verdadero cínico.
I. L. M. L.

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