Es un hecho, Antonio Machado perdió su
comunión con la otredad a la muerte de su amada Leonor. El propio autor
acepta los estragos que causó la soledad en su obra y persona; por su parte,
Ortega y Gasset afirma que, a la tumba de Leonor, también fue dar la poesía de
Machado, siendo su última obra poética Campos
de Castilla. A los restos de aquella
poesía modernista se ve diluida filosofía metafísica floreciente en De un Cancionero Apócrifo.
En esta obra, Antonio abandona su voz para
ser proyectada por la de Abel Martín, primer apócrifo que se sumerge en las
cuestiones de la otredad. En el poema
“CLXVII”, Abel Martín colma sus versos con la inmensa añoranza del mayor de los
Machado. En el poema, la otredad se
concibe desde un pensamiento muy oriental, como el complemento del uno; en el poema la otredad se viste de
mujer para llegar al hombre, al uno.Lo
anterior cae en un punto ya constante para la literatura: el amor. Para Machado
la contemplación y la belleza de la mujer van más allá de ser causas palpables
del amor, este sentimiento se maneja como una necesidad espiritual en las
letras de Abel, una sed difícil de acabar.El fracaso a este sentimiento es lo
que lleva a perder la unión con el otro,
unión por demás cíclica entre las dos partes.
Tal
vez es la tardía manifestación filosófica del autor noventayochista, pues
necesitaba ser detonada por su pérdida conyugal. Como ya se dijo antes, después
de Leonor sólo quedaron las cenizas que dieron vida a sus nobles apócrifos. Sin
embargo, la voz filosófica del autor sólo podía ser posible en la palabra del
poeta, después de la reunificación de lo heterogéneo que se fragmenta para ser
lo homogéneo, para dar así con la propia intimidad del ser que sigue
ensimismada con lo subjetivo.
CG
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