domingo, 15 de abril de 2012


CARTA DE AUGUSTO A UNAMUNO

Para Miguel de Unamuno, en su lecho de muerte

Antes de perecer me di cuenta de que era inmortal, de que no necesitaba existir para permanecer. Lo he comprobado. Usted me creó, me dio una historia. Usted me mató, pero no fue suficiente para quitarme la vida. Sigo consciente en otro mundo, donde despiertan las ideas que se van nutriendo como yo, personaje de ficción. Vivo con otras ideas trágicas, cómicas y suicidas. Este mundo es  igual al suyo y al que fue mío, pero está rodeado por una niebla más densa. Más bien, está situado junto a la niebla, que lo limita. Aquí no estoy atado a su voluntad, don Miguel, soy libre sin sus designios.
¡Sí, existe Dios, don Miguel! Me atreví a cruzar la barrera de la niebla un día queriendo saber qué hay más allá. La atravesé y lo vi, vi lo que usted quería ver, lo que deseaba creer y que temía que no estuviera ahí. Ahora puede dormir tranquilo. Yo, Augusto Pérez, su creación, he visto a Dios y su mundo. Y él no dormía, estaba siempre vigilante, dirigiendo la historia y el tiempo, idéntico a como lo describían su madre y la mía, alto y luminoso. Despídase de sus dudas. Ya puede usted dormir tranquilo como me dormí yo aquella noche.
No fui yo un simple sueño suyo, don Miguel. No me desvanecí al morir, sabía que nunca me perdería en la niebla para abandonarlo. Permaneció mi recuerdo en su cabeza y permaneció el de aquella lágrima furtiva. Ahí me asenté igual que sus propios pensamientos, dudas y temores. Hace mucho, ese miedo al vacío, tema constante en su cabeza, tormentoso e incontrolable, se volvió parte suya del modo en que yo lo he hecho. Yo sigo en usted. La muerte no nos apartó, don Miguel.
El miedo y yo nos llamamos también Miguel de Unamuno. No lo dejaremos en paz. Imposible. Usted sigue vivo, pero, como ya le dije una vez, se morirá, y hasta que eso suceda lo atormentarán sus dudas, lo atormentará el futuro de España y lo atormentaré yo. Le mentí, don Miguel. Sus dudas no se irán: no vi ningún Dios tras la niebla. Y no hay más niebla, sino tinieblas.
Las tinieblas lo esperan. Esta es mi venganza, no su muerte, sino su caída, su total pérdida de fe, el anuncio del vacío. Ahora yo lo mato a usted, así, en espíritu. Sólo falta que muera su cuerpo y, entonces, yo me moriré también, mas moriré riendo. Reiré del espectáculo de su extinción total, ridícula como su existencia, como mi vida y mi muerte, las que usted y otros disfrutaron al presenciar escritas en papel. Me río ahora al saberle moribundo, al devorarle las entrañas. Si Dios estuviera ahí, entre las tinieblas, oculto igual que en nuestros mundos, también estaría riéndose, disfrutando de su nivola hiriente, su obra maestra engendrada solamente por la ausencia de su imagen. Ya puede morir en paz, don  Miguel, sin duda alguna. Muérase tranquilo.


P.D. Orfeo ríe mientras le leo esta carta.

PDOA....

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