Para nadie es nuevo el célebre mito platónico de “La Caverna”, donde el gran filósofo
griego hace una alegoría de cómo los seres humanos estamos, en este mundo, en
calidad de prisioneros y sólo observamos las cosas como un reflejo de la
esencia de las mismas. Dicho mito, incluido en la también célebre – y agregaría
yo prostituida– República se difundió a lo largo y ancho de todo Occidente y es así
como se originó la nueva postura y visión que se tiene de los filósofos o, en
general, de los verdaderos videntes del mundo real que están condenados a
parecer como locos ante la ignominia de los demás seres humanos.
Esta
tan famosa, “salida de la caverna”, se convirtió para los intelectuales occidentales
en un incentivo para intentar captar la
pureza de todo lo que nos rodea en el mundo y, de esa manera, convertirse en
los guías de toda la humanidad.
Años
después, ya entrada la modernidad y ya cancelada la edad clásica, José Ortega y Gasset plantea, lo que yo
llamaría, la vuelta a la caverna platónica. Y esto se debe a que el teórico
español pretende abstraer la realidad que nos rodea para dejar de tener el
deseo platónico de ser los únicos en ver el mundo tal y como es. Sí, habrá quien
diga que Platón, a quien pone en este pedestal epistemológico de la humanidad
no es al artista sino al filósofo. Pero, aunque esto sea verdadero, Ortega y
Gasset, de alguna manera, retoma la alegoría de La Caverna y le da la “vuelta de tuerca” pues, aún más en la edad clásica, el límite entre el artista y el
filósofo era borroso, por no decir inexistente.
De esta
manera, según nos dice Platón, el filósofo y el artista eran los responsables
de extraer la esencia del cosmos para mostrarla, como realmente es, a los seres
humanos y evitar que estos sigan viendo las sombras que se proyectan en la
caverna. Del otro lado de la moneda, Ortega y Gasset retoma las bases del mito
para exponer su nueva teoría del arte – no tanto de la epistemología, es cierto
– en la que el artista, por su propia cuenta y no por quedar cegado ante la
realidad del mundo, regresa a la caverna para mostrar el lado no humano de las
mismas cosas que ya antes había descifrado tal cuales eran.
El
artista ya no tiene que ver el mundo de manera objetiva para regresar a la
caverna y decir cómo todos estaban equivocados sino que ahora, ese mismo
insurrecto de la caverna, regresa a la misma para mostrar a sus iguales que el
mundo, borroso y en sombras, es más artístico y no sólo más artístico sino que
así debería ser la labor del artista. Abstraer y mostrar ideas, bosquejos,
subjetivaciones.
Es así
como, en plena modernidad, después de miles de años de hegemonía filosófica y
autoridad desde la tumba, Platón recibe un golpe en su mito más expuesto y
Ortega y Gasset, que se ha convertido en una suerte de demiurgo, regresa a la
caverna para revolucionar el cuadrado y sólido panorama artístico de España y
sentar las bases para artistas como Alberti, Juan Ramón Jiménez, Goya, Dalí y
García Lorca. Quien quiera regresar a la caverna, ahí lo esperan todos estos
personajes y más, en el centro de los cuales se encuentra Ortega y Gasset.
José Alberto García Ventura
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