Literatura
de pica y corre.
La duración es muy
importante. Si de alguna manera advertimos que algo valdrá la pena, preguntamos:
“¿cuánto durará?”. Si queremos considerar cierta empresa es: ¿cuánto dura(s)?”.
Si hemos de medir el tiempo a emplear en cosas como la lectura, miramos la
numeración de las páginas y el grosor del libro: “¿cuánto duraré leyendo esto?”.
IF> THEN: Muchas decisiones cotidianas se toman en relación al tiempo que emplearemos
en ellas para que resulten lo más satisfactoriamente posible. La lectura
generalmente se imagina como la cansada fila para un trámite burocrático
(incluso, peor). No sé desde cuándo ni cómo fue, pero hubo un momento en que
alguna, para fines prácticos, digamos, pluma fue utilizada para salvar un
instante milimétrico del flujo de cociencia; una de esas frases que dentro del
habla coloquial, a veces, se llaman “ocurrencias/ pensamientos” y que si se
clasifican cualitativamente pudieran ser aforismos, proverbios, dichos…o
greguerías, como creyó prudente Ramón Gómez de la Serna.
Hay
una fórmula esencial de greguería, según lo propuso Ramón Gómez:
METÁFORA
+ HUMOR
Aún
no sé de qué llegó que él se creyera eso. Las greguerías siempre sobrepasan el
humor y las palabras de que están compuestas, son aforismo o dicho y, a partir
de la risa, llegan a una epifanía que, en otras circunstancias y tras otras
líneas hubiera llegado del dolor.
Ahora
bien, estos microtextos forman parte de una literatura cuyo laconismo asemeja a
la poquísima duración del relámpago y cuyo influjo permanece todavía entre los
párpados y la memoria.
Y,
sin embargo, lo peligroso de escribir tan parcamente es que pudiera ser que la
muerte llegara antes, ésa o el olvido, quiero decir; no está demás cuidar lo
que escribiremos en corto: el aumento en la profundidad de cada palabra debe ser
inversamente proporcional al talante del laconismo en la frase que constituye.
Si
la greguería no hubiese sido inventada como nombre, tendríamos más aforismos
humorísticos. Ahora es cuando pienso en Groucho Marx y en Gesualdo Bufalino, entonces
Ramón Gómez se ve tan cercano a ellos, compartiendo, pese a la distancia
temporal, la línea en un mismo camino que atempera o ralentiza el dolor de saber.
Groucho: “Disculpen si les llamo caballeros, pero
es que no les conozco muy bien.”
Gesualdo:”Cuesta
una inmensa fatiga conservar una buena opinión de uno mismo, quién sabe cómo
harán algunos…”
Ramón: “Cuando
asomados a la ventanilla echa a andar el tren, robamos adioses que no eran para
nosotros.”
Y vamos todavía más
delante de ellos en la serpiente de las horas: en nuestros días surgió una
denominación para otro relámpago literario que dejaría a Gómez, Groucho y
Bufalino lejos de lo que habíamos considerado prolijidad en la publicación. La
“twiteratura/tuiteratura”[1]
que se difunde a través del Twitter, alberga muchos aforismos, muchas líneas
hermanastras de las que otrora crearan los tres autores mencionados. Con la
disposición de un espacio cuyas emisiones de texto no pueden ser mayores a los
140 caracteres, ingenio y fama (aunque esta última pudiera ser prescindible), casi
cualquier usuario con cuenta activa puede lanzar sus relámpagos sin sospechar
el día en que alguien llegue a decirle que desvirtúa las escrituras brevísimas
del pensamiento y que cómo se atreve, cómo si le costó tanto a Ramón Gómez de
la Serna, por sus circunstancias y el
tiempo de cada sentonazo antes de trazar palabra principio y fin.
Renata Leva