lunes, 21 de mayo de 2012


Encuentro onírico
Aún ahora, cuando recuerdo mi encuentro con el maestro, me pregunto si fue sólo un sueño o tal vez algún tipo  de éxodo, un viaje hacia una realidad paralela  como las que leemos en los libros.
Aquella noche salí del estudio más tarde contra la rutina desarrollada por los años sin motivo alguno, me senté en la silla de respaldo cóncavo, en la tarde, madera en una mano, papel en la otra, la luz cayendo sobre la mesa; las manecillas del reloj levantándose mansamente y de pronto un cuerno frente a mí se acercaba entre la penumbra;  un cuerno y luego otro más pequeño, dos orejas diminutas en un cuerpo gris y arrugado acercándose a toda velocidad.  Movía mi mano sin ver el cuaderno y entonces un rinoceronte en una cama idéntica a la mía debajo de la cama, un hombre con una sonrisa despectiva.
            Entré a mi habitación desconcertado, con un raro presentimiento. Traté de tranquilizarme pero el ruido bajo la cama confirmaba mi miedo; algún huésped no deseado me impediría descansar. Después de algunas horas de permanecer inmóvil, saqué mi cabeza de la protección de mi  lecho…
            Recuerdo esa imagen y mi piel enfebrece… El brazo salía casi completamente, con la mano extendida como un árbol de cinco ramas separadas en extremo. Yo rinoceronte en posición fetal sobre aquel brazo que se escondió luego de un rato, al verme verlo fijamente. El cansancio me hizo olvidarlo por un momento y me transportó a un mundo entre el sueño y la vigilia.
Me tranquilizó un poco, logré regresar a mi cadavérica posición inicial mientras veía La tentación de San Antonio en la pared, y podía imaginar claramente cómo el dueño de aquel apéndice podía ver también el cuadro, más que imaginarlo incluso lo sentía.
Un grito ahogado confirmaba que aquel intruso me tenía a su merced, las manecillas se habían levantado hasta llegar a la vertical y ahora caían de nuevo dentro de aquel círculo. La tentación de San Antonio, el brazo que de seguro se burlaba de mí, mi cama que para nada era segura y yo como un cadáver inmóvil esperando la luz sanadora.
Decidí  al cabo de unas horas sacar medio cuerpo de la cama y bajé la cabeza hasta el piso pero en dirección opuesta a donde se suponía estaba aquel intruso y  al girarla, el grito por fin salió, mi cuerpo débil y asqueado pareció desfallecer…
…un hombre frente a mí en posición fetal, justo en la posición en que yo acostumbraba dormir viéndome con sus dos globos enormes llenos de líquido blanco con ramificaciones grana. Mientras dos finas y largas pinceladas negras justo arriba de su boca se extendían  al momento en que alargaba sus labios mostrando una dentadura deteriorada, amarillenta y triste.
En ese momento salté de la cama y la luz ya me abrazaba, también abrasaba el cuadro y había inundado toda la habitación, luego de cobrar valor bajé de nuevo la cabeza pero el maestro ya no estaba, sólo había dejado una nota con una letra excéntrica y rarísima con cuatro palabras en ella: “Ya lo he hecho”. 

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