Encuentro
onírico
Aún ahora, cuando recuerdo
mi encuentro con el maestro, me pregunto si fue sólo un sueño o tal vez algún
tipo de éxodo, un viaje hacia una
realidad paralela como las que leemos en
los libros.
Aquella
noche salí del estudio más tarde contra la rutina desarrollada por los años sin
motivo alguno, me senté en la silla de respaldo cóncavo, en la tarde, madera en
una mano, papel en la otra, la luz cayendo sobre la mesa; las manecillas del
reloj levantándose mansamente y de pronto un cuerno frente a mí se acercaba
entre la penumbra; un cuerno y luego
otro más pequeño, dos orejas diminutas en un cuerpo gris y arrugado acercándose
a toda velocidad. Movía mi mano sin ver
el cuaderno y entonces un rinoceronte en una cama idéntica a la mía debajo de
la cama, un hombre con una sonrisa despectiva.
Entré a mi habitación desconcertado, con un raro
presentimiento. Traté de tranquilizarme pero el ruido bajo la cama confirmaba
mi miedo; algún huésped no deseado me impediría descansar. Después de algunas horas
de permanecer inmóvil, saqué mi cabeza de la protección de mi lecho…
Recuerdo esa imagen y mi piel enfebrece… El brazo salía
casi completamente, con la mano extendida como un árbol de cinco ramas
separadas en extremo. Yo rinoceronte en posición fetal sobre aquel brazo que se
escondió luego de un rato, al verme verlo fijamente. El cansancio me hizo
olvidarlo por un momento y me transportó a un mundo entre el sueño y la
vigilia.
Me
tranquilizó un poco, logré regresar a mi cadavérica posición inicial mientras
veía La tentación de San Antonio en
la pared, y podía imaginar claramente cómo el dueño de aquel apéndice podía ver
también el cuadro, más que imaginarlo incluso lo sentía.
Un
grito ahogado confirmaba que aquel intruso me tenía a su merced, las manecillas
se habían levantado hasta llegar a la vertical y ahora caían de nuevo dentro de
aquel círculo. La tentación de San
Antonio, el brazo que de seguro se burlaba de mí, mi cama que para nada era
segura y yo como un cadáver inmóvil esperando la luz sanadora.
Decidí al cabo de unas horas sacar medio cuerpo de
la cama y bajé la cabeza hasta el piso pero en dirección opuesta a donde se
suponía estaba aquel intruso y al
girarla, el grito por fin salió, mi cuerpo débil y asqueado pareció desfallecer…
…un
hombre frente a mí en posición fetal, justo en la posición en que yo
acostumbraba dormir viéndome con sus dos globos enormes llenos de líquido
blanco con ramificaciones grana. Mientras dos finas y largas pinceladas negras
justo arriba de su boca se extendían al
momento en que alargaba sus labios mostrando una dentadura deteriorada,
amarillenta y triste.
En
ese momento salté de la cama y la luz ya me abrazaba, también abrasaba el
cuadro y había inundado toda la habitación, luego de cobrar valor bajé de nuevo
la cabeza pero el maestro ya no estaba, sólo había dejado una nota con una
letra excéntrica y rarísima con cuatro palabras en ella: “Ya lo he hecho”.
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