viernes, 1 de junio de 2012

Bernarda: madre y mujer


Los blancos muros de La casa de Bernarda Alba se abren y cierran tras una palabra: ¡Silencio! Es así como se enmarca el inicio y fin de la más reconocida obra del español Federico García Lorca, escrita para el año de 1936.
El papel femenino ha sido imprescindible en teatro, ya sea en menor o mayor importancia, como personaje principal o intitulando la obra. Ésta es una de las contadas ocasiones en las que la mujer protagónica no padece de fragilidad extrema, sumisión o un muy ligero temperamento. Bernarda es la señora de la casa, madre de familia no abnegada y personaje principal en la puesta en escena, no por su número de apariciones, sino por su la fuerza y carácter de los que se engalana, herramientas saben guiar la trama sin soltarla.
El protagónico de la recién enviudada está latente en sus modos maternos; para lo anterior, es importante resaltar que todos los personajes activos en la obra son mujeres y que, todas ellas, a excepción de dos (las criadas), son parte de la familia compuesta por la abuela María Josefa y las cinco hijas de Bernarda: Angustias, Magdalena, Amelia, Martirio y Adela. Es todo un matriarcado: la madre deja fluir su instinto y, con la muerte de su esposo, funge ahora como protectora de los intereses y honra de sus hijas.
Con el paso de las hojas se desprende un olor a tragedia, mientras la muerte se vuelve llave y candado de esta historia. Las prohibiciones y exigencias de Bernarda también son una reacción a la muerte de su esposo, además del ya mencionado afán por cuidar de sus hijas, hacerlas unas mujeres de bien y mantener a raya el “qué dirán”. Tanto se esfuerza la señora de la casa por impedir que algún factor externo dañe la integridad de sus criaturas, que olvida por completo lo que se desata en que cada una de sus mentes, olvida por completo lo que ocurre en sus corazones (bien supo advertirle La Poncia). Una situación tan compleja era de esperarse con el luto.
La maternidad de Bernarda es impulso en toda la obra, aunque este sentimiento natural se ve maleado por las exigencias de la sociedad en la que viven. Por el entorno que se maneja, hasta la propia Bernarda es blanco para el pueblo, es decir, no es de lo más normal ser madre y administradora de un hogar, esto se debe al poco peso que tenías entonces el papel de la mujer en la sociedad, con mayor razón si esta mujer pretendía ser la representante de una familia, en todos los aspectos que se involucraran.
Angustias, Magdalena, Amelia, Martirio y Adela viven en constante asfixio, algunas deseosas por salir del claustro, otras nada quejumbrosas con su pasiva situación.  Angustias, por ser hija del primer matrimonio de Bernarda, es heredera de una fortuna a la que sus medias hermanas no aspiran; dicha fortuna es olida por Pepe el Romano, pretendiente de Angustias, amante de Adela y amado de Martirio. A lo largo de la historia se maneja este conflicto amoroso, al cual podemos agregar el hecho de que Bernarda, en su momento, impidió que Martirio fuese pretendida por alguien más. No se alcanza a comprender la actitud de la protagonista; a partir del contexto podemos suponer que Bernarda esperaba a que la mayor de sus hijas contrajera nupcias para así ir acomodando a las demás; sin embargo, Bernarda creía fervientemente que ningún varón en el pueblo que aspirara a alguna de sus criaturas, argumento que se hace notar en el diálogo de la obra.
A la señora de la casa se le hiere como madre al final del tercer acto con la deshonra y suicidio de Adela. El luto se vuelve más pesado, nuestra protagonista ha quedado por fin deshecha con este final, y no sólo ella, también Angustias, quien ve frustrado su matrimonio con el gañán de Pepe el Romano. Al resto de la familia y de la servidumbre sólo le queda respetar el silencio tan merecido después de la tragedia, al final sólo queda la resignación.

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